No vi a un tigre. Vi a dos. Los
escuché rugir y todo. Así partió la llegada de la Tina con la Mae, que nos
encontraron en Alwar para empezar el viaje con safari. Bien tempranito partimos
al parque Sariska para enterarnos que con la Tina no se sale sin desayuno, sino
pregúntenle al taxista. El safari estuvo
entrete. Nos encontramos de primera con los tigres. Le siguieron hartos
animalitos simpaticones. Volviendo a Alwar no había mucho que hacer, más que
seguir las maravillaciones de la Tina y la Maheva con cada viaje en tuk tuk y
en ciclo rickswaw. Muy folclórico todo.
Descansando por la tarde en el
tau pea del hotel, se nos acerca el manager: “You went to Sariska, right? You saw the tigers?”. Pensamos que era
cortesía, pero no. Se no acercó para pedirnos las fotos de los tigres y acto
seguido nos enteramos que nuestros cuatro nombres estaban en la prensa local
porque habíamos visto a los tigres. Resulta que no hay muchos tigres en Sariska
y resulta que no es tan fácil verlos. El salto a la fama fue inmediato. Tres
viajes a India y dos apariciones en diarios locales no está mal (la primera fue
en Kolkatan Times, en las páginas sociales, of cors).
Seguía en el itinerario el Taj
Mahal. Las veces pasadas Kolkata me atrapó y no fui. Esta vez decidí dejar la
vuelta a Kolkata para el final, sino SÉ que ocurriría lo mismo, y tenía una
deuda pendiente que saldar con el Taj Mahal, a ver si era realmente tan
maravilloso como dicen.
No nos quedamos en Agra, nos
recomendaron Bharatpur, a una hora de Agra, más tranquilo. Excelente
recomendación. Nos sorprendió. El fuerte que rodea la ciudad, el palacio y sus
ruinas fueron una linda sorpresa. Pero nada nos preparaba para el cierre del
día. Hay cosas que en India las mujeres no hacen. Menos en público. Entramos
los cuatro a un lugar que por fuera decía “bar”.
Era una cantina. Cantina indian style. Las tres y el Pancho que se llevaba
miradas de cuestionamiento. Y nosotras tomando cerveza y la Tina hasta fumando.
Los indios no lo creían. Causamos sensación de alguna forma. Hubiésemos entrado
mostrando las piernas y salimos de nuevo en el diario local.
Al día siguiente partimos
temprano al Taj Mahal. Admito que estaba emocionada. Y sí. Es TAN maravilloso
como cualquiera pudiese imaginárselo y no escatimo en palabras para decir cuan
maravilloso es, porque cualquier expectativa que uno pueda hacerse es superada
por la belleza de este mausoleo. Una oda al amor.
Después del almuerzo en “The Only Restaurant” (así se llamaba), el
plus de las ruinas de la ciudad de Fatehpur Sikri a medio camino en la tarde
fue el cierre perfecto para el día. Sin cantina esta vez.
Todo marchaba acorde a los planes.
Los cuatro lo estábamos pasando genial y seguía la ciudad sagrada de Varanasi
en el itinerario. El primer lugar que me repetiría de todos los que he estado
en este viaje.
Tren en la noche para llegar
antes de medio día, lo que le daba tiempo suficiente a Pancho para recorrer la
ciudad, ver el amanecer en el Ganges y tomar el avión de vuelta a Delhi en el
que nos abandonaría. Pero como siempre, las cosas nunca son lo que uno planea
en India. Primero cuatro horas de retraso en la estación. Razonable para India.
Subimos al tren, dormimos. Evitamos ir al “baño” lo más posible (razones obvias),
y así el tren que se suponía llegaba pasadito las 11:00 AM a Varanasi seguía y
seguía acumulando demoras. Tres horas detenidos en medio de la nada. Más rato
detenidos en medio de la nada. Y así, y así, el indian style de los trenes se
hacía presente. Llegamos casi a las 11:00 PM a Varanasi. En la mañana el Pancho
se levantó temprano para tomar fotos y poder decir “estuve en Varanasi” antes
de abandonarnos y sería.
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Preguntando por vez 257ava a qué hora llega el tren |
Quedamos solo tres.
Estar en Varanasi de nuevo ha
sido especial. La rica sensación de lo conocido y la emoción de irse
reencontrado con lugares y rincones de esta ciudad laberíntica al lado del
Ganges. Mañana partimos viaje hacia Nepal, desde este excelente lugar para
despedirse de India (por un tiempo, siempre por sólo un tiempo).