Cuando leí el libro de Hemingway,
“París era una fiesta”, pensé en la
suerte de él por haber podido vivir en el París realmente bohème, en uno menos turístico, en uno que te hiciera pensar que
París es realmente una fiesta.
Llegué a París con expectativas
altas. Y me fui de París con muchos pendientes, lugares que no visité. Pero me
fui con la certeza de que París sigue siendo una fiesta. Eso sí, esto no lo
descubrí yo. Esto sólo se puede descubrir cuando te quedas en París con una amiga
que se llama Zoe.
Llegué el jueves en tren, la
mejor manera de llegar a París, y el jueves es “cous cous nuit”. En el bar de todos los jueves, ése donde todos te
conocen por nombre y por cuantos tragos puedes tomar antes de pedir la cuenta.
Dos tragos y el cous cous es gratis. Y después de mojitos aclarados con
champagna en vez de soda, somos todos amigos y me voy con pena de no poder
volver el jueves siguiente.
Partir al día siguiente al Louvre
(con caña) no fue la mejor de las ideas. La sonrisa de la Mona Lisa no es
suficiente para pasar la mañana. Después de salir del Louvre y sentarme en una
terraza un rato recién recuperé energías para recorrer Notre Dame, el Sena y
sus puentes.
No alcancé a llegar caminando a la Torre Eiffel, Zoe me llamaba
para decirme que nos juntábamos con sus amigos (otro grupo de amigos) en el
bote en el río. No en el Sena, “en le canal”, en donde otra noche de ponches
con ron arriba del bote transcurrió alegremente.
Pero nos portamos bien, porque el
sábado en la mañana teníamos la premiére.
La mamá de Zoe es Directora de Vestuario y el estreno para el equipo de su
última película fue ese sábado. No envidié tanto a Hemingway mientras
conversaba con el director, el asistente de fotografía o intercambiaba mis
pocas palabras en francés con Cecile de France. Y después de codearme con tanto artista, a
recorrer París. Partimos a Montmartre,
el barrio donde están al Sacre Coeur,
el Moulin Rouge y el café de Amelie,
donde a pesar del reproche de Zoe, entramos para probar el creme brulee. Cuando viva
en París voy a vivir en Montmartre.
Paramos el turismo para ir al
cumpleaños de sus otros amigos, cerca de la Plaza de la Bastilla, y terminamos
la noche en la calle de los bares que aún no recuerdo como se llama, pero sí
recuerdo como volver en metro a la casa.
El domingo partió como parten los
domingos parisinos de sol, con un brunch en una terraza. Y después de eso
caminamos y caminamos por París, donde todos los edificios son bellos. En las
películas no te muestran una versión reducida de un lugar bello. París es
realmente bello. Pasamos a una cerveza en el Barrio 13, un lugar al sur de
París para recorrer esos barrios más inéditos. Y el Domingo terminó también en
Montmartre, con otros amigos de Zoe, para descubrir el raclet, que mejor cocinamos juntos en vez de decirles qué es (a
quien sea que lea esto). Entre raclet, vino francés y cubas libres, terminó un
domingo con un grupo de bailarines y artistas que son definitivamente la nueva bohème parisina. Si quieren entenderlo
mejor, pueden ver algunos videos en youtube (S3 Societe). París no será lo que
describía Hemingway en su libro, pero sigue siendo un lugar para buscar y
realizar sueños.
El lunes partía de vuelta a Aix-en-Provence.
París fue el último destino por descubrir en este viaje. Ahora comienza el
regreso.
Antes de volver me di cuenta que
no había ido a la Torre Eiffel. Milagrosamente me desperté temprano y fui a la
torre. El único día sin sol en París, el día que partía. Me despedí con un
paseo por la Torre Eiffel, bella y elegante, y una caminata en el Sena.
París sigue siendo una fiesta.