miércoles, 11 de marzo de 2015

París era una fiesta.

Cuando leí el libro de Hemingway, “París era una fiesta”, pensé en la suerte de él por haber podido vivir en el París realmente bohème, en uno menos turístico, en uno que te hiciera pensar que París es realmente una fiesta.

Llegué a París con expectativas altas. Y me fui de París con muchos pendientes, lugares que no visité. Pero me fui con la certeza de que París sigue siendo una fiesta. Eso sí, esto no lo descubrí yo. Esto sólo se puede descubrir cuando te quedas en París con una amiga que se llama Zoe.

Llegué el jueves en tren, la mejor manera de llegar a París, y el jueves es “cous cous nuit”. En el bar de todos los jueves, ése donde todos te conocen por nombre y por cuantos tragos puedes tomar antes de pedir la cuenta. Dos tragos y el cous cous es gratis. Y después de mojitos aclarados con champagna en vez de soda, somos todos amigos y me voy con pena de no poder volver el jueves siguiente.

Partir al día siguiente al Louvre (con caña) no fue la mejor de las ideas. La sonrisa de la Mona Lisa no es suficiente para pasar la mañana. Después de salir del Louvre y sentarme en una terraza un rato recién recuperé energías para recorrer Notre Dame, el Sena y sus puentes. 






No alcancé a llegar caminando a la Torre Eiffel, Zoe me llamaba para decirme que nos juntábamos con sus amigos (otro grupo de amigos) en el bote en el río. No en el Sena, “en le canal”, en donde otra noche de ponches con ron arriba del bote transcurrió alegremente.



Pero nos portamos bien, porque el sábado en la mañana teníamos la premiére. La mamá de Zoe es Directora de Vestuario y el estreno para el equipo de su última película fue ese sábado. No envidié tanto a Hemingway mientras conversaba con el director, el asistente de fotografía o intercambiaba mis pocas palabras en francés con Cecile de France. Y después de codearme con tanto artista, a recorrer París. Partimos a Montmartre,  el barrio donde están al Sacre Coeur, el Moulin Rouge y el café de Amelie, donde a pesar del reproche de Zoe, entramos para probar el creme brulee. Cuando viva en París voy a vivir en Montmartre.

Paramos el turismo para ir al cumpleaños de sus otros amigos, cerca de la Plaza de la Bastilla, y terminamos la noche en la calle de los bares que aún no recuerdo como se llama, pero sí recuerdo como volver en metro a la casa.

El domingo partió como parten los domingos parisinos de sol, con un brunch en una terraza. Y después de eso caminamos y caminamos por París, donde todos los edificios son bellos. En las películas no te muestran una versión reducida de un lugar bello. París es realmente bello. Pasamos a una cerveza en el Barrio 13, un lugar al sur de París para recorrer esos barrios más inéditos. Y el Domingo terminó también en Montmartre, con otros amigos de Zoe, para descubrir el raclet, que mejor cocinamos juntos en vez de decirles qué es (a quien sea que lea esto). Entre raclet, vino francés y cubas libres, terminó un domingo con un grupo de bailarines y artistas que son definitivamente la nueva bohème parisina. Si quieren entenderlo mejor, pueden ver algunos videos en youtube (S3 Societe). París no será lo que describía Hemingway en su libro, pero sigue siendo un lugar para buscar y realizar sueños.

El lunes partía de vuelta a Aix-en-Provence. París fue el último destino por descubrir en este viaje. Ahora comienza el regreso.

Antes de volver me di cuenta que no había ido a la Torre Eiffel. Milagrosamente me desperté temprano y fui a la torre. El único día sin sol en París, el día que partía. Me despedí con un paseo por la Torre Eiffel, bella y elegante, y una caminata en el Sena.


París sigue siendo una fiesta. 


miércoles, 4 de marzo de 2015

ITALIA

La primera ida propiamente tal a Italia, más allá de un paseo por el día desde Menton, sería Florencia, capital de Toscana, donde Laura y Alessandro me esperaban con una cena casera de pasta siciliana con burrata. El primer encuentro con esta maravilla. Es como un queso mozzarella que en vez de estar hecho de leche está hecho de crema. Una delicia indescriptible, a la que le seguirían tantas más.

Toscana es bella, recorrí pueblitos medievales, fui a Collodi que es el pueblo donde vivió el escritor de Pinoccio, a Pisa que estaba de pasada y claro, recorrí Florencia. Pero Florencia con Laura, que como nueva vegetariana con un gran antojo carnívoro retenido, me hizo probar desde la fabulosa porcheta de cerdo hasta el Fiorentino, que compartimos a medias con Alessandro, 1 kilo y 300 gramos de carne ni yo me los como.



EL FIORENTINO

LA PORCHETTA AL FONDO

Después de haber probado los mejores gelattos de Florencia, y de agotar toda conversa acompañadas de un Spritz, se vino el sur. La región de Puglia. Pero antes, una cena de despedida preparada por la mamá de Alessandro. Antipastos para empezar y una lasagna de antología que me repetí. Pero me olvidé que los italianos comen la pasta solo como primer plato. Le seguía el segundo plato. Cerdo siciliano a la naranja con papas fritas. Y el postre, la fuente más obscena de tiramisú que he visto en mi vida. Que también me repetí. Una buena despedida. 

En el sur, me quedé con una pareja italiana que vive en el campo, tienen un proyecto de educación democrática y la idea era trabajar en el proyecto mientras aprovechaba de viajar por el sur. Pero el proyecto estaba detenido y la pega que quedaba no era muy interesante. Me quedé solo una semana, pero aproveché de recorrer pueblos como Polignano, Ostuni y Matera, y comer otras delicias típicas del sur, como más burrata, canolos, arancinos (pelotas de arroz rellenas y fritas), panzerottis (una versión italiana de las empanadas) y una de las comidas más típicas del sur: la fritella. Señoras y señores, una simple sopaipilla, que sin pebre, fue un gran punto a favor para Chile en gastronomía.

POLIGNANO

MATERA

MATERA

OSTUNI


Luego Nápoles. La ciudad de la pizza. Y comí pizza. No es necesario entrar a contar cuantas, sólo digamos que mi estadía en Nápoles no fue en vano.  Llegué al hostal y el dueño me recomienda un lugar a la vuelta de la esquina. Genial. Pensé. Algo más local en vez de los clásicos turísticos. Llego a la pizzería y lo primero que veo al entrar es una foto de Julia Roberts comiéndose un pedazo de pizza. Había llegado a la mamma de los clásicos turísticos. En fin, pedí mi Margherita y disfruté mi pizza turística sin vergüenza. Otra foto en la pared, una de Maradona, le dio un sentido más napolitano a la pizza.



Subí el Vesubio y recorrí Pompeya, para sentir que me merecía tanta pizza. También fui a la costa de Amalfi para un menú más marino. Bruschetas de anchoas marinadas, pasta con camarones, pescadito al olivo. Sanito.

AMALFI

VESUBIO

UNA PEQUEÑA PARTE DE LA GRAN POMPEYA


La última parada fue Roma. Quiero aclarar que Kolkata sigue siendo mi ciudad favorita en el mundo, pero Roma. ¡Ay, Roma! Amor a primera vista. Me enamoré. Cada calle, cada detalle, cada palacio, cada puente, cada ruina y cada esquina con historia. Y la pasta. Y más gelattos, y más tiramisús y más capuccinos y más spritz.






Cada bocado de Italia fue un gozo. La comida es tan deliciosa que es hasta orgásmica. Llega a dar vergüenza comer en público. Pero Italia es así. Intensa. Nada carece de vivacidad. Es simplemente bella.   

Ah! Y recé el Angelus. Pero con el Papa. 



lunes, 16 de febrero de 2015

MÆT

Mæt es lo que se dice en danés cuando uno está “lleno después de comer”. Me pareció un título adecuado para narrar de una semana de degustaciones en un país con tantas sorpresas culinarias como Dinamarca.

(Hago un paréntesis para decir que después de una semana en Toscana volveré a Italia, al sur, para seguir con degustaciones, por lo que dejaré todos los sabores italianos para el mismo post).

Por ahora, Dinamarca, que tal vez no sea el más cuerdo de los destinos en pleno invierno, pero habiendo tenido la suerte de no tener ni un día de lluvia, la cordura es una vez más, irrelevante.  Nada nos impidió que camináramos por Dinamarca y un par de días por Suecia. Digo nos, porque como siempre, cuando viajo sola, nunca estoy sola. Fui a Dinamarca a ver a Marie, a quien no veía desde que trabajamos juntas de voluntarias en Kolkata, en el primero de mis viajes a India.

Para dar a entender mejor porqué fue tan extraordinaria esta semana escandinava, fotitos.


Castillos. Muchos castillos grandilocuentes. Como el de Kronborg, en donde Hamlet ocurre.



El arte moderno está diseñado para selfishss.



Hans Cristian Andersen. El escritor de La Sirenita y de tantos otros cuentos admirables (no comparar con versiones/final feliz de Disney!).



Los sensacionales smørrebrød, mantequilla y pan literalmente, una especie de sándwich abierto.



Atardeceres inesperados en Suecia.



Paseos por acantilados suecos.



Delicias sencillas. Como los completos con adicitiva remolade, cebolla crispy y pepinos. Y los daneses (the real ones, no la decadente versión Starbucks de un Cinnamon Roll). 




Ir a comer a uno de los restaurantes más pitucos de Copenhagen. P-I-T-U-C-O. Porque justo llegué en la “Dining Week”. Menús de tres platos más menú de vinos, todo por el precio de lo que normalmente costaría un plato. ¿Y después de comer en un restaurante p-i-t-u-c-o? Café con pasteles.





Volver a casa después de caminar todo el día para encontrarme con una cocinera nativa y sus recetas ancestrales, the real danish



Tener escondites para raw cakes y chocolates calientes.



Bares con cervezas caseras.



Pasear por una de las ciudades más lindas, donde hasta caminar al kiosko de la esquina es un paseo.





jueves, 29 de enero de 2015

El primer café en Italia.



No se confunda. Sigo viviendo en mi hermosa casa francesa con persianas de madera y hoyos en los muros, heridas de bombardeos de la segunda guerra mundial; a los pies de la montaña y con vista al palto y al mediterráneo.

El contexto: trabajo en una granja orgánica, recogiendo mandarinas, paltas, sacando malezas, jugando con caquita de caballo, recolectando las hojas raras que piden los chefs de Mónaco y de otras pituquerías de alrededor. A cambio me dan casa, comida, vino et fromage. Y más vino. Y una onda francesa que Alexandra, la dueña, sabe crear muy bien, a pesar de ser neozelandesa. Todo esto en Menton, entre Mónaco e Italia. Si lo buscan en Google, aparte de encontrarse con imágenes del más encantador de los pueblos de la Cote d’Azur, se van a encontrar con el Festival del Limón y sus carros alegóricos hechos con limón y naranjas (no miento, de verdad hacen una Fete de Citron todos los años).

Un día salí a caminar. Y pronto, muy pronto, había llegado a Italia. Vivo cerca de la frontera, en un lugar donde literalmente puedo decir “Voy a Italia y vuelvo”. Y eso, aunque sea una pelotudez , me encanta. Fui por primera vez a Italia caminando, me senté en una cafetería y con todo el chamullo interno que hay en mí, pude pedir con toda soltura “Ciao! Un café nero, per favore. Gratze”. Algo que después de su buen tiempo en Francia todavía no me sale. Si tan sólo pudieran ver las caras de cada mentoniano al que me atrevo a hablarle en francés, oh la la!

Volví a Italia para un paseo dominical de Albenga a Alassio, recorriendo la antigua vía romana. Para una celebración de cumpleaños en un restaurante japonés (que resultó ser mi primera ida a un restaurante en Italia). Y para otro paseo dominical en San Remo, donde comí mi primera pizza italiana y mi primer gelatto. Mamma mía!!


Y así pasan mis días. Caminatas por Menton y alrededores, cafés, eclairs. Me despierto con el efecto óptico del amanecer que permite que se vean las montañas de Córcega desde mi ventana. Desde la misma puedo ver los atardeceres que inspiraron a Cezanne e impresionarme de lo francesa que es mi vida y de cuanto me encanta. 


domingo, 11 de enero de 2015

ARGELIA

Me ha tomado un tiempo escribir sobre los recorridos por Argelia con Aimee.



Más de alguna vez me han dicho que con tanto viaje debería escribir un libro. Desde que Julia Roberts salió en Comer, Rezar, Amar; más. Me encantó ver esa película y no salir del cine queriendo tener una vida como la de las películas, sino salir feliz de que mi vida me gusta más, y que en mis viajes he conocido a mil personajes maravillosos que Julia Roberts y Javier Barden amarían representar. Todo este preámbulo porque si nunca me he tomado en serio el escribir más allá de una que otra tontera en este blog, después de Algeria me dan ganas de escribirlo todo. De escribir un libro sólo de Argelia y de cada sensación de caminar por sus ciudades y por un Sahara aún no violado por el excesivo turismo. Por una cultura que te enseña a combatir mil prejuicios.

Le he sacado la vuelta a escribir sobre Algeria porque no puedo resumirlo. Fue una experiencia que incluyó colmarse hasta decir “¡Suficiente, partimos a Marruecos que está al lado, ya mismo!”. Que incluyó una escorta policial por el desierto para asegurarse de que estuviéramos a salvo. Una escorta de 3 jeeps y 2 motos, bien contados para no caer en exageraciones. Que incluyó pasar año nuevo con la versión argelina de Sex and the City, pero más revoltosas todavía. Que incluyó conocer a la versión argelina de Farkas y familia, no esperábamos terminar la última noche en Argelia en una especie de departamento privado mientras desde el jacuzzi veíamos las luces capitalinas tintinear sobre el mediterráneo. Que incluyó pasear por ruinas romanas con una proyectista amante de la arquitectura y con un ex jugador profesional de handball que cantaba a Britney Spears desde el auto. Qué incluyó cenas y almuerzos con cous cous hecho en casa. Qué incluyó estremecerse con un atardecer entre castillos de barro abandonados en el Sahara.  



Y luego Francia, sin saber que en pocos días de la llegada el país se conmocionaría con el ataque a Charlie Hebdo, y así ver como el pequeño pueblo de Aix-en-Provence se tapizaba con letreros de “Je suis Charlie”. Hoy, volviendo de una manifestación en la que todo Aix sacó sus lápices para decir en paz por sus estrechas calles “Nous sommes touts Charlie”, me dieron ganas de escribir sobre Algeria.

En una entrevista a Reza Allan, le preguntaron si el islamismo promovía la violencia. Su respuesta me encantó. Es la naturaleza de la persona y lo que por tanto cada uno trae a la religión lo que culmina o no en violencia. No es el islamismo. Hay budistas violentos matando gente en Myanmar. Hay católicos violentos que matan a gente gay y hay judíos tirando bombas en Palestina, pero los extremismos no son representación de una religión. Caminar por Argelia, por cualquiera de sus calles, es encontrar una diversidad de mujeres que ríen y andan de la mano de sus parejas, no detrás. Mujeres sin velo caminando o tomándose un café con sus amigas. Incluso en Gardaia, uno de los pueblos más conservadores de Argelia, si bien se veían mujeres paseando con sus túnicas blancas, dejando sólo un ojo libre si estaban casadas, incluso en ese pueblo; se veían mujeres paseando con pelo suelto y maquillaje. Y las gurkas negras que caminaban por las calles, hasta tenían terminaciones en animal print! Una amiga italiana que vivió en Irán también  contaba cuán diferente es la realidad de un país musulmán a los prejuicios y a las generalizaciones. 

He estado antes en dos países musulmanes. En Bangladesh, donde la primera ministra es mujer; y en Malasya, con igualdad de derechos de género. Viajar me ha permitido dejar tantos prejuicios atrás. Lo que ocurrió con Charlie no es justificable bajo ninguna mirada, pero es a los extremistas que lo defienden a los que les dan espacio en la prensa.  A todos los que condenan, todos los que pertenecen a las distintas ramas del islamismo que no sólo no están de acuerdo, sino que lamentan y no apoyan bajo ningún punto de vista este tipo de acciones, nunca los he visto en la prensa. Afortunadamente, sí los he visto en viajes. Sí he compartido con ellos y con lo que sienten y piensan de su religión, tan distinto a lo que insisten en mostrarnos.

Si separamos los actos, como la mutilación femenina, como la violencia intrafamiliar, como el derecho a votar y a estudiar de la mujer, y juzgamos los actos, de seguro encontramos acuerdo. Pero los actos no son una generalización.

Argelia no es un país turístico, lo que se ve no es una puesta en escena para el resto del mundo. Me siento afortunada de ser viajera. De derribar estereotipos y prejuicios conociendo lo que otros insisten en contarte en forma parcializada. Viajar a Argelia fue increíble más allá de por sus paisajes, por lograr entender otra mirada, otra opinión y otra realidad que se desliga de “actos” que no implican una representación general de un sentir nacional y cultural.