miércoles, 4 de marzo de 2015

ITALIA

La primera ida propiamente tal a Italia, más allá de un paseo por el día desde Menton, sería Florencia, capital de Toscana, donde Laura y Alessandro me esperaban con una cena casera de pasta siciliana con burrata. El primer encuentro con esta maravilla. Es como un queso mozzarella que en vez de estar hecho de leche está hecho de crema. Una delicia indescriptible, a la que le seguirían tantas más.

Toscana es bella, recorrí pueblitos medievales, fui a Collodi que es el pueblo donde vivió el escritor de Pinoccio, a Pisa que estaba de pasada y claro, recorrí Florencia. Pero Florencia con Laura, que como nueva vegetariana con un gran antojo carnívoro retenido, me hizo probar desde la fabulosa porcheta de cerdo hasta el Fiorentino, que compartimos a medias con Alessandro, 1 kilo y 300 gramos de carne ni yo me los como.



EL FIORENTINO

LA PORCHETTA AL FONDO

Después de haber probado los mejores gelattos de Florencia, y de agotar toda conversa acompañadas de un Spritz, se vino el sur. La región de Puglia. Pero antes, una cena de despedida preparada por la mamá de Alessandro. Antipastos para empezar y una lasagna de antología que me repetí. Pero me olvidé que los italianos comen la pasta solo como primer plato. Le seguía el segundo plato. Cerdo siciliano a la naranja con papas fritas. Y el postre, la fuente más obscena de tiramisú que he visto en mi vida. Que también me repetí. Una buena despedida. 

En el sur, me quedé con una pareja italiana que vive en el campo, tienen un proyecto de educación democrática y la idea era trabajar en el proyecto mientras aprovechaba de viajar por el sur. Pero el proyecto estaba detenido y la pega que quedaba no era muy interesante. Me quedé solo una semana, pero aproveché de recorrer pueblos como Polignano, Ostuni y Matera, y comer otras delicias típicas del sur, como más burrata, canolos, arancinos (pelotas de arroz rellenas y fritas), panzerottis (una versión italiana de las empanadas) y una de las comidas más típicas del sur: la fritella. Señoras y señores, una simple sopaipilla, que sin pebre, fue un gran punto a favor para Chile en gastronomía.

POLIGNANO

MATERA

MATERA

OSTUNI


Luego Nápoles. La ciudad de la pizza. Y comí pizza. No es necesario entrar a contar cuantas, sólo digamos que mi estadía en Nápoles no fue en vano.  Llegué al hostal y el dueño me recomienda un lugar a la vuelta de la esquina. Genial. Pensé. Algo más local en vez de los clásicos turísticos. Llego a la pizzería y lo primero que veo al entrar es una foto de Julia Roberts comiéndose un pedazo de pizza. Había llegado a la mamma de los clásicos turísticos. En fin, pedí mi Margherita y disfruté mi pizza turística sin vergüenza. Otra foto en la pared, una de Maradona, le dio un sentido más napolitano a la pizza.



Subí el Vesubio y recorrí Pompeya, para sentir que me merecía tanta pizza. También fui a la costa de Amalfi para un menú más marino. Bruschetas de anchoas marinadas, pasta con camarones, pescadito al olivo. Sanito.

AMALFI

VESUBIO

UNA PEQUEÑA PARTE DE LA GRAN POMPEYA


La última parada fue Roma. Quiero aclarar que Kolkata sigue siendo mi ciudad favorita en el mundo, pero Roma. ¡Ay, Roma! Amor a primera vista. Me enamoré. Cada calle, cada detalle, cada palacio, cada puente, cada ruina y cada esquina con historia. Y la pasta. Y más gelattos, y más tiramisús y más capuccinos y más spritz.






Cada bocado de Italia fue un gozo. La comida es tan deliciosa que es hasta orgásmica. Llega a dar vergüenza comer en público. Pero Italia es así. Intensa. Nada carece de vivacidad. Es simplemente bella.   

Ah! Y recé el Angelus. Pero con el Papa. 



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