Todo partió cuatro años atrás en
Kolkata. Inevitablemente Kolkata, en donde conocí a Laura, una italiana con la
que pactamos reunirnos en dos años más para hacer un viaje por Asia que
partiría en Pakistán y terminaría en Cambodia, pasando por Myanmar.Firmado.
Cumplimos el sueño. Con dos años
de retraso y cinco países menos, pero cumplimos el sueño.
Y si hablamos de sueños, y si
hablamos del verdadero origen, todo se remonta al momento en el que tuve el
primer atlas en mis manos, en segundo básico. Entonces me enamoré de los mapas
y no paré de inventar rutas imaginarias por el mundo; siendo el primer destino
con el que soñé en mi vida, Birmania, que años más tarde cambió de nombre a Myanmar.
Un pequeño país entre India, Tailandia y China, que de seguro era maravilloso,
pero nadie lo conocía, entonces yo lo descubriría.
Y ahora estoy acá. Sin embargo, no
es mucho lo que se puede hacer en Myanmar. Más de la mitad del país está
restringida. Así que sólo puedes andar
por la burbuja que tienen preparada para turistas y viajeros. ¿No les conté? El
país está bajo una dictadura que es mejor mantener maquillada para los extranjeros.
Pero con Laura nos las arreglamos para hacerle el quite a la sombra de la
realidad por un rato y poder encontrarnos con uno de los países más
maravillosos que he visitado y con gente auténticamente amable, aún no
completamente “corrompidos” por los turistas.
Nos encontramos en Mandalay y compramos altiro
el pasaje en tren para Bagán. El barato. No fue fácil. No nos querían vender el
pasaje porque el tren era muy “bumpy
& slow”. Nos recomendaban el tren para turistas que costaba más de 10
veces más. Pero somos viajeras, no turistas. Nos subimos al local train. ¡Qué viaje más entretenido!
Para nosotras y para la gente del tren que no paraba de mirarnos con risa, incredulidad
y cariño. El viaje no fue tan terrible. Fueron casi 12 horas en una banca de
plaza, pero caminábamos en el vagón, comprábamos todo tipo de comidas
deliciosas que no pararon de subir al tren y por supuesto, arreglamos el mundo.
Llegamos a Bagán, un sitio
arqueológico con miles de pagodas con siglos de historia. Un lugar vivo. Los
Budas de las pagodas tenían flores y ofrendas. La gente aún visita los templos
y vive su creencia.
Arrendamos bicicletas eléctricas
que más parecían motos (estilo scooters).
Como nunca he manejado moto (dudo que la vez que de osada/no muy inteligente
arrendé una en Tailandia pueda contar como experiencia), fue un poco
“complicado” al principio, el viaje no estuvo libre de “percances”, pero luego
dominé el asuntillo y le sacamos el jugo a las vueltas por Bagán. Encontramos
nuestro lugar perfecto para ver el atardecer. Lejos de las recomendaciones de
la Lonely Planet, así nos evitaríamos
los tumultos de turistas (turistas, puaj!). Emocionadas llegamos al atardecer
para encontrarnos con que nuestro lugar secreto no era tan secreto, pero desde
el techo veíamos el “punto lonely planet”,
y agradecimos nuestra limitada compañía.
Para el amanecer, también
teníamos otro lugar secreto, el techo de una pagoda que apuntaba perfecto a los
globos de aire que salen al amanecer. Arrendamos bicicletas de pedales esta vez
y partimos a las cinco de la mañana. No consideramos un pequeño detalle. La
Pagoda estaba cerrada con candado. Decididas a ver el amanecer desde “nuestra”
pagoda, rodeamos el lugar convencidas de
que mágicamente aparecería un pasadizo secreto que no apareció. Pensamos en
trepar la pagoda, pero nos detuvo la conciencia de dañar una reliquia
arqueológica, no nuestra falta de agilidad. Finalmente tuvimos la genial idea
de tratar de abrir el grueso candado de casi 10 cm que se interponía en nuestro
camino. Saqué un aro de mi banano, estiramos el gancho y empezó nuestro intento
por abrir el candado bajo la mirada aguda del Buda. Sorprendidas de que ninguno
de nuestros planes maestros para irrumpir en la pagoda haya resultado, volvimos
al camino para seguir a la multitud, cuando nos cruzamos con la entrada de
nuestro lugar secreto para el atardecer, y rápidamente partimos a ese techo que
perfectamente se alzaba sobre Bagán. Sólo un intruso se atrevió a hacer uso de nuestro lugar, pero somos generosas.
Dejamos que se quedara.
En Bagán también hicimos un paseo
en bote por el río Irrawadi, que atraviesa Myanmar de norte a sur y que
recorrerlo se ha convertido en una especie de obsesión para mí. Imposible hacer
el trayecto completo con las prohibiciones actuales del “gobierno”, nos
conformamos con un paseo familiar en bote, acompañadas de padre e hijo, tan increíblemente
caballeros que me encantaría poder describiros mejor; un paseo que nos llevó
por pagodas que sí tenían pasadizos ocultos, aunque no los exploramos
completos, llegamos al punto en el que nos dio susto continuar por tanto
laberinto. ¡Así de Indiana Jones nuestro viaje!