domingo, 21 de septiembre de 2014

Érase una vez un reino

Llegué a Jaisalmer hartada. Decidida a que éste sería el último viaje. Que los años ya no me acompañan para intentos de exploraciones hippies y que si hay próxima que será con agencia. Cuatro horas y media de Madrid a Londres. Otras cinco de espera en el aeropuerto. La noche durmiendo en el avión rumbo a Delhi. Llegar en la mañana y esperar en el calor pegajoso de Delhi hasta las 17:30 para tomar un tren que en 21 horas me dejaría en pleno desierto. Llego al hostal, todo bien. Paseo por la ciudad. Bella. Exótica. Pero no lo suficiente para querer volver a viajar. Luego dormí. Desperté. Descubrí el fuerte de Jaisalmer.

Pareciera que en India todas las ciudades, de esas que visitamos los turistas, tienen el mismo comienzo. Érase una vez un reino. El Maharaja vivía en un palacio. Mandó a construir un fuerte y mandó a construir ése y aquél para sus hijos, su esposa, su amante o quien fuera.

Maharajas que dejaron sus caprichos plasmados en la arquitectura que aún permanece. Pasamos  millones de años evolucionando en hacer herramientas básicas más  funcionales, y de repente en sólo miles la evolución no sólo llevó a grandes construcciones, sino que a la estética. A plasmar caprichos de belleza en cada construcción que proviniera desde la realeza y desde las religiones, y en India, desde los Maharajas. Lo que hoy hacen las grandes empresas con hoteles o con rascacielos, donde también las dimensiones comparativas son relevantes. Aun así, pareciera que en estos tiempos el gusto exquisito del detalle más mínimo se quedó con Gaudí. Y son justamente esos detalles los que te absorben de los reinos legados de los Maharajas.

E India sólo comienza.

Jaisalmer, la ciudad de oro. Fue construida con pedazos de piedra amarilla que sacaban del desierto. La tallaban en forma de ladrillo y construían rematando con tallados que dejan la palabra paciencia atrás. ¿Cómo construyen hoy en día en Jaisalmer? De la misma manera. De la misma manera.





Alejándose más en el desierto, sin tanta opulencia, desde un pequeño palacio se observan las ruinas de una ciudad después de que el Maharaja expulsara a sus pobladores por no dejar que se casara con la mujer que él quería (cosas de amores, cosas de castas).



Y en Jodhpur, el fuerte sobre la montaña esconde los deleites del Maharaja. El lugar era tan lindo realmente conmueve. 




Además de un templo que mandó a construir para la reina, nada muy grande, pero eso sí, entero de mármol. 



Incluso el último Maharaja, antes de la independencia en los ’40, mandó a construir su palacio con arquitectos ingleses. Un palacio más moderno que aun así no deja atrás el detalle.



Y ahora, ¿si acaso quiero seguir viajando?

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