Tengo un tema con las capitales. Por
eso esta vez decidí quedarme unos días en Nueva Delhi. La ciudad es como
cualquiera en India: caótica, sucia, hedionda, desorganizada, multitudes y con
muchos edificios históricos interesantísimos. Pero acá, entre las distancias y
el ajetreo, el cansancio gana y las visitas se cambian por tardes en el Main
Bazaar conversando con el turista de turno que también se cansó de Delhi.
Sin embargo, hicimos dos visitas que
vale la pena destacar (hablo en plural porque en Delhi me junté con el Pancho
Museo, que por un mes se sumó a la odisea India).
De todas las historias políticas de
todos los países del universo mundial, ninguna supera a la de India. Su
política es como su nación: apasionada, compleja, diversa, emocionante, llena
de búsquedas y de personajes que cuesta entender existan fuera de la ficción.
Así que el paseo por la sede de Gobierno era para mí una necesidad. Aunque lo
más emocionante del paseo haya sido encontrarnos con una paloma/loro, me gustó
igual y era algo que tenía y quería hacer.
La otra visita es el Centro Cultural de
Akshardam. No tengo fotos para mostrar porque las medidas se seguridad para
entrar son similares a las de aeropuerto gringo, pero puedo
contar. Es un centro cultural que se terminó el 2005, iniciado por
la voz inspirada de la actual reencarnación de un Gurú importante de la India
(textual). El nivel de detalle constructivo de sus edificios de piedra, siendo
el interior del principal de mármol; es el que yo pensaba sólo se lograba con
esclavitud u opresión a la mano obrera. Pero se me olvidaba un tercer factor:
los voluntarios inspirados por el Gurú. Y así fue como este centro cultural,
que incluye una “sala de los valores” y un paseo en bote por la historia védica
de India; se construyó con un detalle que marea. Búsquenlo en google para que
me entiendan.
Sé que quedaron muchas cosas por ver en
Delhi, y siendo ésta la tercera vez que paso por India, no puedo evitar el
relajo de pensar que da igual que queden cosas pendientes. Sencillamente sé que
a India voy a seguir volviendo.
Dejando el calor de Delhi atrás,
partimos a Ladakh. El vuelo nos dejó en la capital actual, Leh, pero nos
quedamos 15 kilómetros al sur de Leh, en la antigua capital de Ladakh, Shey. No
pensé que fuera posible, pero sucedió: encontré un lugar en India que
puede definirse con la palabra paz, y es Shey. Una villa diminuta encerrada por
los Himalayas, con un valle de álamos y monasterios en las montañas hacia cualquier dirección cardinal. Nos quedamos en Bhoto Guest House. Thinles
nos recibió "en las cabañas ruidosas", luego nos cambiaría a las "más tranquilas". Esto mientras servía un té de azafrán y costaba escuchar algo más que su voz.
Compartimos luego las cabañas "más tranquilas" con Payal, una
india criada en Alemania que trabaja de voluntaria en la “escuela de al
frente”. Llegar todos los días a tomar el chai con ella fue genial. Escuchar
sus historias, entre ellas la de la india rebelde que no aceptó el matrimonio
arreglado por sus padres, conversar de la vida, conocerla y quererla, fue
simplemente genial. Estuvimos algo más de una semana en Shey, decirle adiós fue
una pena. Es lo inevitable de los viajes. Tener que constantemente decir
adiós.
Vistas desde la ventana de las cabañas ruidosas |
Para terminar esta parte del blog, la anécdota
de la tos. He estado con tos hace casi dos semanas. Aguantable, pero con la
altura (Shey está a casi cuatro mil metros de altura) el ahogo se hacía
desagradable. Ya que los antibióticos no hicieron nada, me fui al
"Tibetan Medical Center". Dos doctores con pinta de todo menos
doctores, me tomaron el pulso de la muñeca con tres dedos y así me dijeron
todos mis síntomas (¡!). Me dieron la receta. Fui a pagar ($1450, casi 3 dólares!!).
Luego me pasan al dispensario y ahí me dan las medicinas y tecitos en bolsitas
separadas para mañana, tarde, noche. Cada bolsa con la cantidad de medicinas
por vez dibujadas. La tos me bajó de inmediato!