Esta mañana desperté en Aix en Provence y al muy estilo francés,
desayuné café con pain au chocolat. No
entender las conversaciones alrededor mío me estresa un poco, al revés de en
Asia. No entenderen Asia lo que conversaban alrededor mío "me liberaba", me desprendía
del contexto y sólo me quedaba espacio para mis ideas. No es que haya
encontrado el camino a la paz mundial con tanta idea, pero disfruté esa
libertad. Acá quiero aprender francés, así que hoy entré en una pseudo crisis de pánico en el supermarché. Superable.
De mis últimos días en Asia, después de despedirme de Laura en
Myanmar, volví a Kalaw, donde me quedé más de lo planificado. Quería ir a Kentung, a un bus nocturno de distancia. Pero están construyendo una represa justo en medio del camino y no quieren que los turistas vean aquello, por lo que sólo te permiten ir en avión. Ilusamente fui a la estación de policías a ver si podía conseguir un permiso especial. Pero me lo dejaron claro “este gobierno no quiere que los turistas recorran ese camino”. Punto.
No me quejo. En Kalaw me reencontré con Whispering Seeds, la ong en la que trabajé en
Tailandia con niños y niñas refugiados birmanos. Las vueltas de la vida
hicieron que la ong se trasladara a Myanmar, y así me reencontré con
Jim y con mis peques, que ya no están tan peques. Han pasado cuatro años.
Me siento un poco tonta cada vez
que trato de describir la emoción de cada reencuentro. Por una parte es un poco
innecesaria, cualquiera que haya vivido un reencuentro lo entiende. Y por otra
parte, aunque la línea cursi me sale fácil, no es mi favorita. Así que diré que
me reencontré con mis peques, con Jim y con ese querer creer que las pequeñas cosas sí cambian el mundo.
Una cosa es viajar por Myanmar,
por esa burbuja restringida para turistas. Otra es conversar con alguien que
vive en Myanmar y enterarse de la realidad fuera de la burbuja. Pero no voy a
contar de aquello, mejor cuento de oportunidades. Al parecer, después de más de
20 años por fin habrá elecciones democráticas legítimas. Si es así, el 2015
Aung San Suu Kyi, premio Nobel de Paz y luchadora eterna de la libertad de
Myanmar, podría ser elegida. Ya ha salida electa en más de una ocasión, con
hasta el 82% de los votos. Pero la Junta se ha negado a ceder. Queda sólo creer
que esta vez será diferente.
Volviendo a la alegría de
los reencuentros, decidí volver a Tailandia para pasar la última semana en Asia
buceando y playeando. Me reencontré con Sofie, una amiga alemana a la que conocí
cuando vivía en Sangkhlaburi trabajando para Whispering Seeds. Nos pusimos de
acuerdo y nos fuimos a Koh Chang. Una isla que no tiene las playas más
paradisíacas de Tailandia, tomando la idea general de paradisíaca. Pero es una
gran montaña selvática que termina en una franja de arena y en el mar. Y mi
hamaca colgada entre las palmeras a dos metros del agua, es mi idea de paraíso.
Cerramos juntas mi ciclo por Asia
en la caótica Bangkok. En el barrio de siempre. Y me fui sin pena. Volveré.
Llegué de vuelta a Madrid y los
reencuentros siguieron. No sólo Nacho y María, el Rena de Quito muy instalado
en el Reinado de España (no república) me estaba esperando en el aeropuerto
para sorpresa mía. Y después de breves tres días por Madrid, he llegado por fin
a Francia. Si Myanmar ha sido el sueño de toda mi vida, Francia le seguía de
cerca. Aimee me esperaba en el aeropuerto. Vamos a compartir casa y me voy a
quedar un tiempo forzándome a aprender francés. El edificio donde vivimos, con
su patisserie boulangerie en el primer piso, está
sacado de una película francesa. Ya veo que en cualquier minuto me bajan los
aires de justiciera estilo Amelie.