Me
faltaba Oceanía. Y partí por la Isla más alejada de todas las islas de la
polinesia. Por la Isla más alejada del mundo entero. Y es que acá, en Isla de
Pascua, realmente se siente eso que decía Neruda, eso de que “nosotros estamos rodeados únicamente de
agua”.
Dicen
que en cinco días conoces la Isla y al sexto te aburres. En cinco días podrás
conocer los volcanes y los Moais más famosos. Claro, después de eso se acaban
la fama y los highlights sugeridos por la Lonely Planet. Pero la Isla no se
deja de conocer. Voy más allá de lo increíble que es ir conociendo esta gente y
esta cultura polinésica, que no mira a Chile, mira hacia Tahiti, hacia Atearoa,
hacia la Polinesia. La Isla se esconde y se va mostrando a través de sus
colores. La misma ruta nunca es la misma dos veces, los colores de la Isla
siempre están cambiando. Siempre te están dando a conocer un nuevo lugar. Hasta
el mar, con el azul y el turquesa más intensos que he visto, se encarga de
darte algo nuevo cada vez.
Los
Moais son increíbles, no me canso de admirarlos. Pero son sólo un ápice de todo
lo que esta pequeña Isla volcánica tiene para regalar. De toda esa historia
mezclada con fantasía que marcan la vida de los Rapa Nui. La pérdida de tanta
historia respaldada con evidencia obligó a los incrédulos a ir aceptando la
fantasía. Acá los historiadores no pueden derribar lo que tildan de mitos y
leyendas. Acá la gente se encarga de hacerlas realidad.
Los
precios. Los precios son altos, ridículamente altos. Un plan de internet de 512
megabites sale más de 200 mil pesos. Un kilo de sal $1600. Un huevo $200. Pero
para que las cosas sean caras primero debes encontrarlas. A veces el barco no
puede desembarcar, la encomienda del avión no salió y las vitrinas empiezan de
a poco a mermar. Hace poco se había terminado el pan. No había pan. No había
harina para hacer pan. Pero a la vez, si bien es todo más caro, no hay mucho en
que gastar. Acá caminas a todas partes. Si es más lejos siempre va a haber
alguien que te lleva. Acá hay pocos negocios. El consumismo se va perdiendo. Y
más maravilloso aún, acá no hay publicidad. Tu mente de a poco se va sintiendo
más descansada. Es una diferencia en tu forma de sentir y vivir difícil de
explicar. Es una sensación de libertad. Me gusta. Me gusta mucho.
Vivo en
la calle Tuki Haka Hevari. Pero esa referencia no le dice nada a nadie. Vivo en
la casa que arrienda la Ruty Huke, y entonces todos saben donde vivo. Porque
acá todos se conocen.
Como
siempre, de a poco conociendo más de cerca a la gente. De a poco atreviéndome a
subir otro cerro. De esos muchos que hay acá y de ésos cuya cima cada vez me
está gustando más alcanzar. Lo que no se dio de a poco es el enamoramiento por Te Pito o Te Henua, por el ombligo del mundo. Ese fue
fulminante. El amor por Rapa Nui fue inmediato. Otro rincón del mundo que me ha
flechado. Y bastante.