Los días siguen siendo lo mismo. La rutina parte en la mañana con las monjas tocando la bocina porque voy saliendo atrasada. Luego las clases de matemáticas. Los monstruos siguen siendo monstruos. Volver a la oficina, corregir tareas, cuadernos, papeleo, papeleo, preparar las actividades de Rulani y partir al campamento. Me voy con Nyiko hasta su casa y de ahí a la salita en la que hacemos clases de inglés. Ineedyou (así se llama este peque de tres añitos) sale puntualmente corriendo para darme un abrazo. Hacemos la clase, terminamos, me voy caminando a la casa, por el camino alguien me hace una declaración de amor o me pide matrimonio, llego a la casa, espero a que las monjas terminen de rezar y nos vamos a cenar. El viernes un poco distinto, son los niños de Rulani los que van al colegio a jugar.
Y así pasan los días. Nada nuevo que contar.
Pero dentro de esta rutina siguen pasando cositas que se pueden tildar de insólitas, al menos por esta mulungu.
Acá las mujeres no tienen pudor con sus pechugas. Son las caderas las escandalosas. En una clase en Rulani la Tina, la hija de la Rose, lloraba y lloraba, así que la Rose se sacó la pechuga para usarla de tete. Cuando la Tina se calmó a la Rose se le olvidó guardarse la pechuga y así siguió. Luego Hlaisani también se puso a llorar y la Lucy con la misma idea y el mismo descuido quedó con otra teta al aire. Luego apareció la hija mayor de la Florence que fue a pedirle plata, la que Florence sacó de un bolsito que tenía colgando del cuello debajo de la polera y otra más que quedó con las dos tetas al aire. Y ahí seguí yo, enseñándoles “this is the window” mientras tenía a la mitad de la clase con las tetas al aire sin que nadie se inmutara.
Para el básketball ahora tenemos más pelotas para entrenar con las niñas. Así que ya no tengo que dejarlas en línea para que practiquen darle bote a la pelota diez veces y luego la que sigue y la que sigue. Han avanzado bastante. Antes los partidos eran correr de un lado para otro gritándose y quitándose la pelota con leve agresividad. Ahora dan un bote de vez en cuando y hasta se ven un par de pases. Claro que siguen fuera de forma, se me cansan rapidito y sin más en pleno partido se acuestan en medio de la cancha para descansar un poquito, mientras sus compañeras, muy respetuosas, se preocupan de hacerles el quite para no molestar mientras siguen jugando.
Estoy harto más fluida con el Xi-tsonga, lo que a mis alumnos no les gusta mucho porque ya no pueden pasar todos sus comentarios inadvertidos. A la vez, me ha permitido acercarme más a la gente de la villa que no habla inglés y que se esmera en ir enseñándome y corrigiendo. La lata es que no falta el que se larga hablándote jurando que le entiendes todo y que se enoja porque resulta que no estás haciendo lo que te están diciendo. Y ahí quedo con cara de mensa diciendo “a ndzi twisisi”, “no entiendo”.
Me está empezando a gustar el pap. Es que cuando hay funerales (el más importante de los eventos sociales) o fiestas de algún tipo, siempre te dan la misma comida. El pap con salsa de tomates y cebolla, repollo, zapallo, pollo, chakalaka y con tanta cosa exquisita el pap se encuentra rico, rico. Lo único es que acá se sirven los platos más monstruosamente gigantes de comida, jamás he logrado terminarme ni un cuarto del pap que me dan.
En India entendía que las vacas anduvieran felices de la vida por donde se les diera la gana porque son sagradas. Y aunque acá hay mucha gente de la India, las vacas no tienen por donde sacar pasaporte de sagradas, pero de todas formas andan por donde se les da la regalada gana. En medio de la calle, metiéndose al jardín del colegio, haciendo escándalo a las tres de la mañana al lado de tu ventana, sin más explicación que el caos.
Ahora estoy en Johanesburgo, viaje flash para ir a buscar dos nuevas voluntarias checas que vienen por un año. Tal vez agregue nuevamente a la rutina del día los partidos de canasta después de la cena. Por suerte vivo con las monjas para que me mantengan por el buen camino, porque con tanto carrete, quien sabe dónde podría terminar la pobrecita de mi alma.
Y hablando de carretes, y para terminar, tengo que resarcirme y admitir que los zimbabweños hacen buenos asados. No superan los asados de mi hermanito, pero tengo que admitir que se manejan.
Ndzi ta ku vona, bangana wa mina!
Seca Nata!... increíble experiencia pero por sobre todo maravillosas tus ganas, tu actitud. Envidiable.
ResponderEliminarBESOS!
Nata te pasas, y de coach de basket, eres lo maximo. Un beso
ResponderEliminarRorro
Nata!!!! Qué bacán todo lo que cuentas!
ResponderEliminarSería genial verte en tu salsa...
Adelante, es cierto, tienes muy buena actitud. Y qué bien que encuentres todavía cosas tiernas y sorprendentes en el día a día (lo de las pechugas es genial... jajaja).
Un abrazo fueeeeeerte,
Anna
Wajajajaja, la cagó que me reí con lo de las tetas al aire!! Y lo de las vacas, acá es igualito, andan por donde se les da la regalada gana, de hecho el otro día una oveja parió al frente de nosotras, cuando íbamos sacando fotos por la línea del tren en Riat (donde vivimos). Un abrazo, Nata!!!
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