miércoles, 11 de marzo de 2015

París era una fiesta.

Cuando leí el libro de Hemingway, “París era una fiesta”, pensé en la suerte de él por haber podido vivir en el París realmente bohème, en uno menos turístico, en uno que te hiciera pensar que París es realmente una fiesta.

Llegué a París con expectativas altas. Y me fui de París con muchos pendientes, lugares que no visité. Pero me fui con la certeza de que París sigue siendo una fiesta. Eso sí, esto no lo descubrí yo. Esto sólo se puede descubrir cuando te quedas en París con una amiga que se llama Zoe.

Llegué el jueves en tren, la mejor manera de llegar a París, y el jueves es “cous cous nuit”. En el bar de todos los jueves, ése donde todos te conocen por nombre y por cuantos tragos puedes tomar antes de pedir la cuenta. Dos tragos y el cous cous es gratis. Y después de mojitos aclarados con champagna en vez de soda, somos todos amigos y me voy con pena de no poder volver el jueves siguiente.

Partir al día siguiente al Louvre (con caña) no fue la mejor de las ideas. La sonrisa de la Mona Lisa no es suficiente para pasar la mañana. Después de salir del Louvre y sentarme en una terraza un rato recién recuperé energías para recorrer Notre Dame, el Sena y sus puentes. 






No alcancé a llegar caminando a la Torre Eiffel, Zoe me llamaba para decirme que nos juntábamos con sus amigos (otro grupo de amigos) en el bote en el río. No en el Sena, “en le canal”, en donde otra noche de ponches con ron arriba del bote transcurrió alegremente.



Pero nos portamos bien, porque el sábado en la mañana teníamos la premiére. La mamá de Zoe es Directora de Vestuario y el estreno para el equipo de su última película fue ese sábado. No envidié tanto a Hemingway mientras conversaba con el director, el asistente de fotografía o intercambiaba mis pocas palabras en francés con Cecile de France. Y después de codearme con tanto artista, a recorrer París. Partimos a Montmartre,  el barrio donde están al Sacre Coeur, el Moulin Rouge y el café de Amelie, donde a pesar del reproche de Zoe, entramos para probar el creme brulee. Cuando viva en París voy a vivir en Montmartre.

Paramos el turismo para ir al cumpleaños de sus otros amigos, cerca de la Plaza de la Bastilla, y terminamos la noche en la calle de los bares que aún no recuerdo como se llama, pero sí recuerdo como volver en metro a la casa.

El domingo partió como parten los domingos parisinos de sol, con un brunch en una terraza. Y después de eso caminamos y caminamos por París, donde todos los edificios son bellos. En las películas no te muestran una versión reducida de un lugar bello. París es realmente bello. Pasamos a una cerveza en el Barrio 13, un lugar al sur de París para recorrer esos barrios más inéditos. Y el Domingo terminó también en Montmartre, con otros amigos de Zoe, para descubrir el raclet, que mejor cocinamos juntos en vez de decirles qué es (a quien sea que lea esto). Entre raclet, vino francés y cubas libres, terminó un domingo con un grupo de bailarines y artistas que son definitivamente la nueva bohème parisina. Si quieren entenderlo mejor, pueden ver algunos videos en youtube (S3 Societe). París no será lo que describía Hemingway en su libro, pero sigue siendo un lugar para buscar y realizar sueños.

El lunes partía de vuelta a Aix-en-Provence. París fue el último destino por descubrir en este viaje. Ahora comienza el regreso.

Antes de volver me di cuenta que no había ido a la Torre Eiffel. Milagrosamente me desperté temprano y fui a la torre. El único día sin sol en París, el día que partía. Me despedí con un paseo por la Torre Eiffel, bella y elegante, y una caminata en el Sena.


París sigue siendo una fiesta. 


miércoles, 4 de marzo de 2015

ITALIA

La primera ida propiamente tal a Italia, más allá de un paseo por el día desde Menton, sería Florencia, capital de Toscana, donde Laura y Alessandro me esperaban con una cena casera de pasta siciliana con burrata. El primer encuentro con esta maravilla. Es como un queso mozzarella que en vez de estar hecho de leche está hecho de crema. Una delicia indescriptible, a la que le seguirían tantas más.

Toscana es bella, recorrí pueblitos medievales, fui a Collodi que es el pueblo donde vivió el escritor de Pinoccio, a Pisa que estaba de pasada y claro, recorrí Florencia. Pero Florencia con Laura, que como nueva vegetariana con un gran antojo carnívoro retenido, me hizo probar desde la fabulosa porcheta de cerdo hasta el Fiorentino, que compartimos a medias con Alessandro, 1 kilo y 300 gramos de carne ni yo me los como.



EL FIORENTINO

LA PORCHETTA AL FONDO

Después de haber probado los mejores gelattos de Florencia, y de agotar toda conversa acompañadas de un Spritz, se vino el sur. La región de Puglia. Pero antes, una cena de despedida preparada por la mamá de Alessandro. Antipastos para empezar y una lasagna de antología que me repetí. Pero me olvidé que los italianos comen la pasta solo como primer plato. Le seguía el segundo plato. Cerdo siciliano a la naranja con papas fritas. Y el postre, la fuente más obscena de tiramisú que he visto en mi vida. Que también me repetí. Una buena despedida. 

En el sur, me quedé con una pareja italiana que vive en el campo, tienen un proyecto de educación democrática y la idea era trabajar en el proyecto mientras aprovechaba de viajar por el sur. Pero el proyecto estaba detenido y la pega que quedaba no era muy interesante. Me quedé solo una semana, pero aproveché de recorrer pueblos como Polignano, Ostuni y Matera, y comer otras delicias típicas del sur, como más burrata, canolos, arancinos (pelotas de arroz rellenas y fritas), panzerottis (una versión italiana de las empanadas) y una de las comidas más típicas del sur: la fritella. Señoras y señores, una simple sopaipilla, que sin pebre, fue un gran punto a favor para Chile en gastronomía.

POLIGNANO

MATERA

MATERA

OSTUNI


Luego Nápoles. La ciudad de la pizza. Y comí pizza. No es necesario entrar a contar cuantas, sólo digamos que mi estadía en Nápoles no fue en vano.  Llegué al hostal y el dueño me recomienda un lugar a la vuelta de la esquina. Genial. Pensé. Algo más local en vez de los clásicos turísticos. Llego a la pizzería y lo primero que veo al entrar es una foto de Julia Roberts comiéndose un pedazo de pizza. Había llegado a la mamma de los clásicos turísticos. En fin, pedí mi Margherita y disfruté mi pizza turística sin vergüenza. Otra foto en la pared, una de Maradona, le dio un sentido más napolitano a la pizza.



Subí el Vesubio y recorrí Pompeya, para sentir que me merecía tanta pizza. También fui a la costa de Amalfi para un menú más marino. Bruschetas de anchoas marinadas, pasta con camarones, pescadito al olivo. Sanito.

AMALFI

VESUBIO

UNA PEQUEÑA PARTE DE LA GRAN POMPEYA


La última parada fue Roma. Quiero aclarar que Kolkata sigue siendo mi ciudad favorita en el mundo, pero Roma. ¡Ay, Roma! Amor a primera vista. Me enamoré. Cada calle, cada detalle, cada palacio, cada puente, cada ruina y cada esquina con historia. Y la pasta. Y más gelattos, y más tiramisús y más capuccinos y más spritz.






Cada bocado de Italia fue un gozo. La comida es tan deliciosa que es hasta orgásmica. Llega a dar vergüenza comer en público. Pero Italia es así. Intensa. Nada carece de vivacidad. Es simplemente bella.   

Ah! Y recé el Angelus. Pero con el Papa. 



lunes, 16 de febrero de 2015

MÆT

Mæt es lo que se dice en danés cuando uno está “lleno después de comer”. Me pareció un título adecuado para narrar de una semana de degustaciones en un país con tantas sorpresas culinarias como Dinamarca.

(Hago un paréntesis para decir que después de una semana en Toscana volveré a Italia, al sur, para seguir con degustaciones, por lo que dejaré todos los sabores italianos para el mismo post).

Por ahora, Dinamarca, que tal vez no sea el más cuerdo de los destinos en pleno invierno, pero habiendo tenido la suerte de no tener ni un día de lluvia, la cordura es una vez más, irrelevante.  Nada nos impidió que camináramos por Dinamarca y un par de días por Suecia. Digo nos, porque como siempre, cuando viajo sola, nunca estoy sola. Fui a Dinamarca a ver a Marie, a quien no veía desde que trabajamos juntas de voluntarias en Kolkata, en el primero de mis viajes a India.

Para dar a entender mejor porqué fue tan extraordinaria esta semana escandinava, fotitos.


Castillos. Muchos castillos grandilocuentes. Como el de Kronborg, en donde Hamlet ocurre.



El arte moderno está diseñado para selfishss.



Hans Cristian Andersen. El escritor de La Sirenita y de tantos otros cuentos admirables (no comparar con versiones/final feliz de Disney!).



Los sensacionales smørrebrød, mantequilla y pan literalmente, una especie de sándwich abierto.



Atardeceres inesperados en Suecia.



Paseos por acantilados suecos.



Delicias sencillas. Como los completos con adicitiva remolade, cebolla crispy y pepinos. Y los daneses (the real ones, no la decadente versión Starbucks de un Cinnamon Roll). 




Ir a comer a uno de los restaurantes más pitucos de Copenhagen. P-I-T-U-C-O. Porque justo llegué en la “Dining Week”. Menús de tres platos más menú de vinos, todo por el precio de lo que normalmente costaría un plato. ¿Y después de comer en un restaurante p-i-t-u-c-o? Café con pasteles.





Volver a casa después de caminar todo el día para encontrarme con una cocinera nativa y sus recetas ancestrales, the real danish



Tener escondites para raw cakes y chocolates calientes.



Bares con cervezas caseras.



Pasear por una de las ciudades más lindas, donde hasta caminar al kiosko de la esquina es un paseo.





jueves, 29 de enero de 2015

El primer café en Italia.



No se confunda. Sigo viviendo en mi hermosa casa francesa con persianas de madera y hoyos en los muros, heridas de bombardeos de la segunda guerra mundial; a los pies de la montaña y con vista al palto y al mediterráneo.

El contexto: trabajo en una granja orgánica, recogiendo mandarinas, paltas, sacando malezas, jugando con caquita de caballo, recolectando las hojas raras que piden los chefs de Mónaco y de otras pituquerías de alrededor. A cambio me dan casa, comida, vino et fromage. Y más vino. Y una onda francesa que Alexandra, la dueña, sabe crear muy bien, a pesar de ser neozelandesa. Todo esto en Menton, entre Mónaco e Italia. Si lo buscan en Google, aparte de encontrarse con imágenes del más encantador de los pueblos de la Cote d’Azur, se van a encontrar con el Festival del Limón y sus carros alegóricos hechos con limón y naranjas (no miento, de verdad hacen una Fete de Citron todos los años).

Un día salí a caminar. Y pronto, muy pronto, había llegado a Italia. Vivo cerca de la frontera, en un lugar donde literalmente puedo decir “Voy a Italia y vuelvo”. Y eso, aunque sea una pelotudez , me encanta. Fui por primera vez a Italia caminando, me senté en una cafetería y con todo el chamullo interno que hay en mí, pude pedir con toda soltura “Ciao! Un café nero, per favore. Gratze”. Algo que después de su buen tiempo en Francia todavía no me sale. Si tan sólo pudieran ver las caras de cada mentoniano al que me atrevo a hablarle en francés, oh la la!

Volví a Italia para un paseo dominical de Albenga a Alassio, recorriendo la antigua vía romana. Para una celebración de cumpleaños en un restaurante japonés (que resultó ser mi primera ida a un restaurante en Italia). Y para otro paseo dominical en San Remo, donde comí mi primera pizza italiana y mi primer gelatto. Mamma mía!!


Y así pasan mis días. Caminatas por Menton y alrededores, cafés, eclairs. Me despierto con el efecto óptico del amanecer que permite que se vean las montañas de Córcega desde mi ventana. Desde la misma puedo ver los atardeceres que inspiraron a Cezanne e impresionarme de lo francesa que es mi vida y de cuanto me encanta. 


domingo, 11 de enero de 2015

ARGELIA

Me ha tomado un tiempo escribir sobre los recorridos por Argelia con Aimee.



Más de alguna vez me han dicho que con tanto viaje debería escribir un libro. Desde que Julia Roberts salió en Comer, Rezar, Amar; más. Me encantó ver esa película y no salir del cine queriendo tener una vida como la de las películas, sino salir feliz de que mi vida me gusta más, y que en mis viajes he conocido a mil personajes maravillosos que Julia Roberts y Javier Barden amarían representar. Todo este preámbulo porque si nunca me he tomado en serio el escribir más allá de una que otra tontera en este blog, después de Algeria me dan ganas de escribirlo todo. De escribir un libro sólo de Argelia y de cada sensación de caminar por sus ciudades y por un Sahara aún no violado por el excesivo turismo. Por una cultura que te enseña a combatir mil prejuicios.

Le he sacado la vuelta a escribir sobre Algeria porque no puedo resumirlo. Fue una experiencia que incluyó colmarse hasta decir “¡Suficiente, partimos a Marruecos que está al lado, ya mismo!”. Que incluyó una escorta policial por el desierto para asegurarse de que estuviéramos a salvo. Una escorta de 3 jeeps y 2 motos, bien contados para no caer en exageraciones. Que incluyó pasar año nuevo con la versión argelina de Sex and the City, pero más revoltosas todavía. Que incluyó conocer a la versión argelina de Farkas y familia, no esperábamos terminar la última noche en Argelia en una especie de departamento privado mientras desde el jacuzzi veíamos las luces capitalinas tintinear sobre el mediterráneo. Que incluyó pasear por ruinas romanas con una proyectista amante de la arquitectura y con un ex jugador profesional de handball que cantaba a Britney Spears desde el auto. Qué incluyó cenas y almuerzos con cous cous hecho en casa. Qué incluyó estremecerse con un atardecer entre castillos de barro abandonados en el Sahara.  



Y luego Francia, sin saber que en pocos días de la llegada el país se conmocionaría con el ataque a Charlie Hebdo, y así ver como el pequeño pueblo de Aix-en-Provence se tapizaba con letreros de “Je suis Charlie”. Hoy, volviendo de una manifestación en la que todo Aix sacó sus lápices para decir en paz por sus estrechas calles “Nous sommes touts Charlie”, me dieron ganas de escribir sobre Algeria.

En una entrevista a Reza Allan, le preguntaron si el islamismo promovía la violencia. Su respuesta me encantó. Es la naturaleza de la persona y lo que por tanto cada uno trae a la religión lo que culmina o no en violencia. No es el islamismo. Hay budistas violentos matando gente en Myanmar. Hay católicos violentos que matan a gente gay y hay judíos tirando bombas en Palestina, pero los extremismos no son representación de una religión. Caminar por Argelia, por cualquiera de sus calles, es encontrar una diversidad de mujeres que ríen y andan de la mano de sus parejas, no detrás. Mujeres sin velo caminando o tomándose un café con sus amigas. Incluso en Gardaia, uno de los pueblos más conservadores de Argelia, si bien se veían mujeres paseando con sus túnicas blancas, dejando sólo un ojo libre si estaban casadas, incluso en ese pueblo; se veían mujeres paseando con pelo suelto y maquillaje. Y las gurkas negras que caminaban por las calles, hasta tenían terminaciones en animal print! Una amiga italiana que vivió en Irán también  contaba cuán diferente es la realidad de un país musulmán a los prejuicios y a las generalizaciones. 

He estado antes en dos países musulmanes. En Bangladesh, donde la primera ministra es mujer; y en Malasya, con igualdad de derechos de género. Viajar me ha permitido dejar tantos prejuicios atrás. Lo que ocurrió con Charlie no es justificable bajo ninguna mirada, pero es a los extremistas que lo defienden a los que les dan espacio en la prensa.  A todos los que condenan, todos los que pertenecen a las distintas ramas del islamismo que no sólo no están de acuerdo, sino que lamentan y no apoyan bajo ningún punto de vista este tipo de acciones, nunca los he visto en la prensa. Afortunadamente, sí los he visto en viajes. Sí he compartido con ellos y con lo que sienten y piensan de su religión, tan distinto a lo que insisten en mostrarnos.

Si separamos los actos, como la mutilación femenina, como la violencia intrafamiliar, como el derecho a votar y a estudiar de la mujer, y juzgamos los actos, de seguro encontramos acuerdo. Pero los actos no son una generalización.

Argelia no es un país turístico, lo que se ve no es una puesta en escena para el resto del mundo. Me siento afortunada de ser viajera. De derribar estereotipos y prejuicios conociendo lo que otros insisten en contarte en forma parcializada. Viajar a Argelia fue increíble más allá de por sus paisajes, por lograr entender otra mirada, otra opinión y otra realidad que se desliga de “actos” que no implican una representación general de un sentir nacional y cultural. 

viernes, 19 de diciembre de 2014

Au revoir, Asia!

Esta mañana desperté en Aix en Provence y al muy estilo francés, desayuné café con pain au chocolat. No entender las conversaciones alrededor mío me estresa un poco, al revés de en Asia. No entenderen Asia lo que conversaban alrededor mío "me liberaba", me desprendía del contexto y sólo me quedaba espacio para mis ideas. No es que haya encontrado el camino a la paz mundial con tanta idea, pero disfruté esa libertad. Acá quiero aprender francés, así que hoy entré en una pseudo crisis de pánico en el supermarché. Superable. 

De mis últimos días en Asia, después de despedirme de Laura en Myanmar, volví a Kalaw, donde me quedé más de lo planificado. Quería ir a Kentung, a un bus nocturno de distancia. Pero están construyendo una represa justo en medio del camino y no quieren que los turistas vean aquello, por lo que sólo te permiten ir en avión. Ilusamente fui a la estación de policías a ver si podía conseguir un permiso especial. Pero me lo dejaron claro “este gobierno no quiere que los turistas recorran ese camino”. Punto.

No me quejo. En Kalaw me reencontré con Whispering Seeds, la ong en la que trabajé en Tailandia con niños y niñas refugiados birmanos. Las vueltas de la vida hicieron que la ong se trasladara a Myanmar, y así me reencontré con Jim y con mis peques, que ya no están tan peques. Han pasado cuatro años.



Me siento un poco tonta cada vez que trato de describir la emoción de cada reencuentro. Por una parte es un poco innecesaria, cualquiera que haya vivido un reencuentro lo entiende. Y por otra parte, aunque la línea cursi me sale fácil, no es mi favorita. Así que diré que me reencontré con mis peques, con Jim y con ese querer creer que las pequeñas cosas sí cambian el mundo. 

Una cosa es viajar por Myanmar, por esa burbuja restringida para turistas. Otra es conversar con alguien que vive en Myanmar y enterarse de la realidad fuera de la burbuja. Pero no voy a contar de aquello, mejor cuento de oportunidades. Al parecer, después de más de 20 años por fin habrá elecciones democráticas legítimas. Si es así, el 2015 Aung San Suu Kyi, premio Nobel de Paz y luchadora eterna de la libertad de Myanmar, podría ser elegida. Ya ha salida electa en más de una ocasión, con hasta el 82% de los votos. Pero la Junta se ha negado a ceder. Queda sólo creer que esta vez será diferente.

Volviendo a la alegría de los reencuentros, decidí volver a Tailandia para pasar la última semana en Asia buceando y playeando. Me reencontré con Sofie, una amiga alemana a la que conocí cuando vivía en Sangkhlaburi trabajando para Whispering Seeds. Nos pusimos de acuerdo y nos fuimos a Koh Chang. Una isla que no tiene las playas más paradisíacas de Tailandia, tomando la idea general de paradisíaca. Pero es una gran montaña selvática que termina en una franja de arena y en el mar. Y mi hamaca colgada entre las palmeras a dos metros del agua, es mi idea de paraíso.



Cerramos juntas mi ciclo por Asia en la caótica Bangkok. En el barrio de siempre. Y me fui sin pena. Volveré.




Llegué de vuelta a Madrid y los reencuentros siguieron. No sólo Nacho y María, el Rena de Quito muy instalado en el Reinado de España (no república) me estaba esperando en el aeropuerto para sorpresa mía. Y después de breves tres días por Madrid, he llegado por fin a Francia. Si Myanmar ha sido el sueño de toda mi vida, Francia le seguía de cerca. Aimee me esperaba en el aeropuerto. Vamos a compartir casa y me voy a quedar un tiempo forzándome a aprender francés. El edificio donde vivimos, con su patisserie boulangerie en el primer piso, está sacado de una película francesa. Ya veo que en cualquier minuto me bajan los aires de justiciera estilo Amelie. 





viernes, 28 de noviembre de 2014

Myanmar Parte 1: Con Laura


Todo partió cuatro años atrás en Kolkata. Inevitablemente Kolkata, en donde conocí a Laura, una italiana con la que pactamos reunirnos en dos años más para hacer un viaje por Asia que partiría en Pakistán y terminaría en Cambodia, pasando por Myanmar.Firmado.

Cumplimos el sueño. Con dos años de retraso y cinco países menos, pero cumplimos el sueño. 


Y si hablamos de sueños, y si hablamos del verdadero origen, todo se remonta al momento en el que tuve el primer atlas en mis manos, en segundo básico. Entonces me enamoré de los mapas y no paré de inventar rutas imaginarias por el mundo; siendo el primer destino con el que soñé en mi vida, Birmania, que años más tarde cambió de nombre a Myanmar. Un pequeño país entre India, Tailandia y China, que de seguro era maravilloso, pero nadie lo conocía, entonces yo lo descubriría. 

Y ahora estoy acá. Sin embargo, no es mucho lo que se puede hacer en Myanmar. Más de la mitad del país está restringida.  Así que sólo puedes andar por la burbuja que tienen preparada para turistas y viajeros. ¿No les conté? El país está bajo una dictadura que es mejor mantener maquillada para los extranjeros. Pero con Laura nos las arreglamos para hacerle el quite a la sombra de la realidad por un rato y poder encontrarnos con uno de los países más maravillosos que he visitado y con gente auténticamente amable, aún no completamente “corrompidos” por los turistas.

Nos encontramos en Mandalay y compramos altiro el pasaje en tren para Bagán. El barato. No fue fácil. No nos querían vender el pasaje porque el tren era muy “bumpy & slow”. Nos recomendaban el tren para turistas que costaba más de 10 veces más. Pero somos viajeras, no turistas. Nos subimos al local train. ¡Qué viaje más entretenido! Para nosotras y para la gente del tren que no paraba de mirarnos con risa, incredulidad y cariño. El viaje no fue tan terrible. Fueron casi 12 horas en una banca de plaza, pero caminábamos en el vagón, comprábamos todo tipo de comidas deliciosas que no pararon de subir al tren y por supuesto, arreglamos el mundo. 



Llegamos a Bagán, un sitio arqueológico con miles de pagodas con siglos de historia. Un lugar vivo. Los Budas de las pagodas tenían flores y ofrendas. La gente aún visita los templos y vive su creencia.

Arrendamos bicicletas eléctricas que más parecían motos (estilo scooters). Como nunca he manejado moto (dudo que la vez que de osada/no muy inteligente arrendé una en Tailandia pueda contar como experiencia), fue un poco “complicado” al principio, el viaje no estuvo libre de “percances”, pero luego dominé el asuntillo y le sacamos el jugo a las vueltas por Bagán. Encontramos nuestro lugar perfecto para ver el atardecer. Lejos de las recomendaciones de la Lonely Planet, así nos evitaríamos los tumultos de turistas (turistas, puaj!). Emocionadas llegamos al atardecer para encontrarnos con que nuestro lugar secreto no era tan secreto, pero desde el techo veíamos el “punto lonely planet”, y agradecimos nuestra limitada compañía. 


Para el amanecer, también teníamos otro lugar secreto, el techo de una pagoda que apuntaba perfecto a los globos de aire que salen al amanecer. Arrendamos bicicletas de pedales esta vez y partimos a las cinco de la mañana. No consideramos un pequeño detalle. La Pagoda estaba cerrada con candado. Decididas a ver el amanecer desde “nuestra” pagoda,  rodeamos el lugar convencidas de que mágicamente aparecería un pasadizo secreto que no apareció. Pensamos en trepar la pagoda, pero nos detuvo la conciencia de dañar una reliquia arqueológica, no nuestra falta de agilidad. Finalmente tuvimos la genial idea de tratar de abrir el grueso candado de casi 10 cm que se interponía en nuestro camino. Saqué un aro de mi banano, estiramos el gancho y empezó nuestro intento por abrir el candado bajo la mirada aguda del Buda. Sorprendidas de que ninguno de nuestros planes maestros para irrumpir en la pagoda haya resultado, volvimos al camino para seguir a la multitud, cuando nos cruzamos con la entrada de nuestro lugar secreto para el atardecer, y rápidamente partimos a ese techo que perfectamente se alzaba sobre Bagán. Sólo un intruso se atrevió a hacer uso de nuestro lugar, pero somos generosas. Dejamos que se quedara.

En Bagán también hicimos un paseo en bote por el río Irrawadi, que atraviesa Myanmar de norte a sur y que recorrerlo se ha convertido en una especie de obsesión para mí. Imposible hacer el trayecto completo con las prohibiciones actuales del “gobierno”, nos conformamos con un paseo familiar en bote, acompañadas de padre e hijo, tan increíblemente caballeros que me encantaría poder describiros mejor; un paseo que nos llevó por pagodas que sí tenían pasadizos ocultos, aunque no los exploramos completos, llegamos al punto en el que nos dio susto continuar por tanto laberinto. ¡Así de Indiana Jones nuestro viaje!

Atención a la botella con bencina y manguera hacia el motor. 
Seguimos hacia Kalaw, desde donde partimos un trekking por tres días entre montañas y campos Myarmanos. Las montañas contrastaban con los campos de ajíes rojos, de maravillas amarillas y de zanahorias de flores blancas. Los campos de arroz contrastaban con los colores de la gente que los trabajaba, y el cansancio contrastaba con cada sonrisa que encontrábamos en el camino.




Dormimos en una casa de bambú de una familia en una villa Palaung. La segunda noche fue en un monasterio de madera a los pies de una montaña, y el tercer día llegamos al Lago Inle, el que atravesamos en bote.



Un par de días en el Lago Inle, otro paseo en bote por los campos de tomates cultivados por sobre el lago, donde cosechaba la familia de nuestro botero, adonde nos llevó después de que le pedimos que no nos llevara a más tiendas para turistas (no nos calza el adjetivo), en las que incluso nos encontramos con las mujeres de anillos en el cuello.  




Y llegó la despedida. Laura tenía que volver a Italia. Pero yo sigo dando vueltas por Myanmar.

Mi sueño de estar en Myanmar se cumplió. Nuestro sueño con Laura de reunirnos en un viaje se cumplió. Los sueños sí se vuelven realidad...sólo hay que creer...