Me ha tomado un tiempo escribir
sobre los recorridos por Argelia con Aimee.
Más de alguna vez me han dicho
que con tanto viaje debería escribir un libro. Desde que Julia Roberts salió en
Comer, Rezar, Amar; más. Me encantó ver esa película y no salir del cine
queriendo tener una vida como la de las películas, sino salir feliz de que mi
vida me gusta más, y que en mis viajes he conocido a mil personajes
maravillosos que Julia Roberts y Javier Barden amarían representar. Todo este
preámbulo porque si nunca me he tomado en serio el escribir más allá de una que
otra tontera en este blog, después de Algeria me dan ganas de escribirlo todo. De
escribir un libro sólo de Argelia y de cada sensación de caminar por sus
ciudades y por un Sahara aún no violado por el excesivo turismo. Por una
cultura que te enseña a combatir mil prejuicios.
Le he sacado la vuelta a escribir
sobre Algeria porque no puedo resumirlo. Fue una experiencia que incluyó
colmarse hasta decir “¡Suficiente, partimos a Marruecos que está al lado, ya
mismo!”. Que incluyó una escorta policial por el desierto para asegurarse de
que estuviéramos a salvo. Una escorta de 3 jeeps y 2 motos, bien contados para
no caer en exageraciones. Que incluyó pasar año nuevo con la versión argelina
de Sex and the City, pero más revoltosas todavía. Que incluyó conocer a la
versión argelina de Farkas y familia, no esperábamos terminar la última noche
en Argelia en una especie de departamento privado mientras desde el jacuzzi
veíamos las luces capitalinas tintinear sobre el mediterráneo. Que incluyó
pasear por ruinas romanas con una proyectista amante de la arquitectura y con un
ex jugador profesional de handball que cantaba a Britney Spears desde el auto.
Qué incluyó cenas y almuerzos con cous cous hecho en casa. Qué incluyó estremecerse
con un atardecer entre castillos de barro abandonados en el Sahara.
Y luego Francia, sin saber que en
pocos días de la llegada el país se conmocionaría con el ataque a Charlie
Hebdo, y así ver como el pequeño pueblo de Aix-en-Provence se tapizaba con
letreros de “Je suis Charlie”. Hoy, volviendo
de una manifestación en la que todo Aix sacó sus lápices para decir en paz por
sus estrechas calles “Nous sommes touts
Charlie”, me dieron ganas de escribir sobre Algeria.
En una entrevista a Reza Allan,
le preguntaron si el islamismo promovía la violencia. Su respuesta me encantó.
Es la naturaleza de la persona y lo que por tanto cada uno trae a la religión
lo que culmina o no en violencia. No es el islamismo. Hay budistas violentos matando gente en Myanmar. Hay católicos violentos que matan a gente gay y hay
judíos tirando bombas en Palestina, pero los extremismos no son representación
de una religión. Caminar por Argelia, por cualquiera de sus calles, es
encontrar una diversidad de mujeres que ríen y andan de la mano de sus parejas,
no detrás. Mujeres sin velo caminando o tomándose un café con sus amigas. Incluso
en Gardaia, uno de los pueblos más conservadores de Argelia, si bien se veían
mujeres paseando con sus túnicas blancas, dejando sólo un ojo libre si estaban
casadas, incluso en ese pueblo; se veían mujeres paseando con pelo suelto y maquillaje.
Y las gurkas negras que caminaban por las calles, hasta tenían terminaciones en
animal print! Una amiga italiana que vivió en Irán también contaba cuán diferente es la realidad de un
país musulmán a los prejuicios y a las generalizaciones.
He estado antes en dos países
musulmanes. En Bangladesh, donde la primera ministra es mujer; y en Malasya, con
igualdad de derechos de género. Viajar me ha permitido dejar tantos prejuicios
atrás. Lo que ocurrió con Charlie no es justificable bajo ninguna mirada, pero
es a los extremistas que lo defienden a los que les dan espacio en la prensa. A todos los que condenan, todos los que
pertenecen a las distintas ramas del islamismo que no sólo no están de acuerdo,
sino que lamentan y no apoyan bajo ningún punto de vista este tipo de acciones,
nunca los he visto en la prensa. Afortunadamente, sí los he visto en viajes. Sí
he compartido con ellos y con lo que sienten y piensan de su religión, tan
distinto a lo que insisten en mostrarnos.
Si separamos los actos, como la
mutilación femenina, como la violencia intrafamiliar, como el derecho a votar y
a estudiar de la mujer, y juzgamos los actos, de seguro encontramos acuerdo. Pero
los actos no son una generalización.
Argelia no es un país turístico,
lo que se ve no es una puesta en escena para el resto del mundo. Me siento
afortunada de ser viajera. De derribar estereotipos y prejuicios conociendo lo
que otros insisten en contarte en forma parcializada. Viajar a Argelia fue
increíble más allá de por sus paisajes, por lograr entender otra mirada, otra
opinión y otra realidad que se desliga de “actos” que no implican una
representación general de un sentir nacional y cultural.