Aún no llevo un año viviendo en Rapa Nui. Con renuncia entremedio,
el panorama pintaba a que no terminaba el año. Pero como siempre, la vida sorprende. Una llamada de una amiga con un dato de
pega, un par de entrevistas al otro día, y “oti”: otro año más en Rapa Nui.
Desde que salí de la U que no me he quedado más de un año en
el mismo lugar. Siento que necesitaba un poco de estabilidad, hasta ganas de comprar plantitas para la casa me dieron. Pero es raro.
Otro año más en Rapa Nui, con su fenomenal internet, su luz continua y su abastecimiento constante de mercadería. Con esa libertad de los negocios locales que te obliga a vivir libre, a no depender de ningún horario.
Hay que arreglárselas para hacer la vida más llevadera. Obligarse a terminar el día y recorres toda la media hora que tarda el llegar a una playa de arenas blancas, agua turquesa,
palmeras y moai. O a compartir una copa de
vino en estos restitos arqueológicos que hay por acá al lado del mar viendo el atardecer.
Obligarse a convertir cada fin de semana en vacaciones.
Obligarse a convertir cada fin de semana en vacaciones.