Treinta años. Treinta años bien viajados, treinta años bien logrados. Treinta años armando, deshaciendo y volviendo a armar ideales. Treinta años tratando de vivir acorde a esos ideales. Treinta años soñando con África. Treinta años cumplidos en África.
Acá se acostumbra baldear con agua al cumpleañero, pero el agua cayó del cielo y la lluvia me salvó de que me persiguieran con baldes. Eso sí, llegué preparada al colegio con una mega pistola de agua en caso de que de todas formas apareciera algún chistosito con un balde.
Con las hermanas celebramos en casa el domingo, que es el día en que nos reunimos todos, aprovechando de que el Emilio con la Joja todavía estaban acá. Bien regalada y bien festejada por adelantado.
Después de salir invicta de los baldes de agua en el colegio, empezó una tarde de cumpleaños muy distinta y definitivamente, muy especial.
Celebré con Nyiko, con Maneka y con Joshua. Los tres peques de Rhulani que me sorprenden cada día. Los tres peques que se encargan de arrancarme esperanza desde donde estaba algo perdida.
Los invité a almorzar. Nos reímos todo el almuerzo. Luego llegó Ignacio que nos regaló helados, y simulando que las cucharas eran velas, me cantaron el JapiBerdei.
Pero el JapiBerdei más lindo que me han cantado vino después. Pasamos a buscar una torta, y partimos a Rhulani. Reunidos en la casa de Nyiko y de Maneka junto a los niños, las niñas y mis viejas del inglés, con un día medio lluvioso que no nos importó, cantamos y jugamos largo. Como es tradición, todos nos pintamos la cara con la crema de la torta, y una vez que estábamos todos glamorosamente maquillados, empezó el JapiBerdei tu yu. Con un acento exquisito, con un coro exquisito y con un cariño más exquisito aún. Sólo sé que ese momento, en el que me cantaban, fue uno de esos que quedan en la lista de los momentos más felices de tu vida.
Bombardeamos la torta para que a todos nos alcanzara un pedacito, y alcanzó. Seguimos cantando hasta que me cansé el chuchuá y el tallarín, versión “chantamente” traducida al inglés por su humilde escritora.
Llegué a la casa para encontrar a la Thembi y a la Tariro que me dieron el último abrazo. Y así terminó un día que sin mucho barullo, y pecando nuevamente de cursi, fue un día definitivamente muy especial.
Amukela makume narru malembe!!!
(Bienvenidos treinta años!!!)