viernes, 11 de marzo de 2011

¿Discriminación de qué exactamente?



Cualquiera puede enfadarse, eso es muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado adecuado, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, ya no resulta tan sencillo.
Eso nos decía Aristóteles, a lo que yo agregaría lo difícil que es perder el momento adecuado y encontrar los propósitos justos cuando ya pasó el momento.

En una clase de economía tuve un momento adecuado que perdí. Pero necesitaba vivir la experiencia años más tarde para darme cuenta de ello.

En esta clase a la que me refiero, la cátedra era sobre discriminación de precios. Un profesor expuso el ejemplo de una compañía de trenes con primera, segunda, tercera y cuarta clase. En el modelo la gente elegía la clase según su propia disposición a pagar. En teoría, esto permite que todos puedan acceder a un viaje en tren, por lo que los con menos poder adquisitivo, pueden acceder al servicio de todas formas, digamos que es un “beneficio para los pobres”. Dentro de la genialidad de este modelo de precios,  para que la segunda o la tercera  clase no se pasaran a cuarta, los dueños de la empresa de trenes no ponían asientos en esta clase, asegurándose, que quienes podían pagar más, lo hicieran. El no tener asientos en cuarta no era por que la empresa no pudiera realizar la inversión, sino por “estrategia”. La discusión que ojalá hubiese comenzado entonces es: ¿o sea que perpetuamos las condiciones de indignidad para quienes no pueden pagar más, sólo para poder cobrar más dinero a quienes sí lo tienen?
Claramente, este modelo lleva a la maximización de utilidades de la empresa, por lo tanto el que los pobres que no pueden pagar por un asiento se jodan, a nadie nos pareció argumento de debate.

En mi viaje a India viajé mucho en tren. Siendo India tan grande como es, me tocó más de un viaje de 40 horas. El primer viaje, de 36 horas, lo hice en primera clase con aire acondicionado, con baños semi limpios y con un importante desembolso de mi bolsillo. Me acobardé, no me creí capaz de aguantar un viaje así de largo en segunda clase. Para el segundo viaje de 38 horas, y con India más incorporada en mi sistema, me fui en segunda clase. Pero no crean que la diferencia de primera a segunda es gradual, porque no lo es, es abismal. La segunda clase tiene la ventaja de tener tu camilla, pero por lo demás…pueeessss... El abismo más patente está en los baños.

Para distancias cortas viajaba en tercera. Tercera tenía asientos. Asientos para 30 personas en un vagón en el que íbamos 130? Más? No. No fui nunca a un baño de tercera, pero no es difícil de imaginarlos. Como no es difícil de imaginar lo que es viajar ensardinado por un viaje de más de 10 horas si quiera.
Y luego está cuarta, en donde nunca viajé. Cuarta tiene tablas de madera intentando ser bancas. Les resulta familiar la imagen de la gente india colgando de las puertas del tren? Ésa es cuarta y es tercera. 


En las tantas horas que el viaje en tren me regalaba para pensar, recordé a mi profe. Y me enfureció la pérdida del momento adecuado.

¿Podemos defender la maximización de utilidades cuando esto implica estos niveles de indignidad?
¿Es ésta la única forma de proveer un servicio tan básico como es el transporte?
¿Hasta cuándo seguimos perpetuando la indignidad y peor aún, hasta cuándo la justificamos?




(La primera foto la tomé en un viaje que hice en segunda clase. La segunda es de google).